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La perversión de la vacancia

José Jerí

¿Puede un país sobrevivir a su propia inestabilidad? En lo que va del siglo hemos vacado a cuatro presidentes, tres de los cuales en los últimos nueve años, sin contar que uno renunció antes de serlo y los demás sobrevivieron apenas a la siguiente moción. La vacancia presidencial se volvió el arma predilecta del Congreso: rápida y devastadora. Lo que nació como remedio excepcional fue transformado en un mecanismo de demolición que erosiona la legitimidad del voto.

El artículo constitucional que permite la vacancia por “incapacidad física o moral” tuvo, en el siglo XIX, un sentido objetivo: se aplicaba cuando el mandatario no podía continuar por razones físicas o mentales comprobadas. No era una evaluación ética del gobierno ni una palanca de presión legislativa. La lectura reciente lo deformó hasta convertirlo en un juicio moral, subjetivo. Hoy basta reunir 87 votos y fabricar una causa. Se invoca la Constitución para quebrar su espíritu. Así, un presidente con bancada exigua o sin ella queda a merced de mayorías circunstanciales que confunden control con destitución.

El efecto es corrosivo. Cada presidente gobierna bajo la amenaza de ser derribado; un Congreso se siente autorizado a decidir quién debe irse y cuándo. Si todo depende de los números y no de razones verificables, ningún mandato se sostiene más allá de su precariedad. La democracia se vacía de contenido: sobrevive el procedimiento, muere la institucionalidad.

Esto no implica indulgencia frente a gobiernos que merecieron crítica severa por incapacidad o corrupción. En democracia, a los malos gobiernos se les enfrenta con controles efectivos, reglas claras, responsabilidad política y sanción penal cuando corresponda; no con atajos que desfiguran la Constitución. Usada como castigo político, la vacancia erosiona la legitimidad del sistema y produce un círculo vicioso: gobiernos frágiles, congresos omnipotentes y ciudadanos cada vez más escépticos del valor de su voto y del equilibrio de poderes. Al final, el poder se ejerce para sobrevivir, no para gobernar.

A seis meses de las elecciones, el país discute nombres y encuestas, pero el problema central es de reglas. Si no corregimos la distorsión, el próximo presidente asumirá bajo la misma espada que decapitó a unos y condicionó a los demás. Urge crear una figura distinta a la vacancia, mediante un procedimiento garantista y acotado: definición precisa, causales estrictas, dictámenes técnicos independientes, plazos razonables, derecho de defensa y un doble umbral que exija consensos amplios. Solo así saldremos del círculo de autodestrucción para no seguir con el pretexto de la revancha de turno.

Escribe: Fernando Tuesta Soldevilla

Fuente: Perú21

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