No pretendo fungir de asesor del encargado de la presidencia de la República; pero, considero que, si desea hacer creíble, su llamada “lucha contra la delincuencia”, no debe limitarse a remangarse las mangas de camisa, uniformar a los internos de algunos establecimientos penitenciarios (tratando de imitar al presidente Bukele); o, simulando ser un súper comisario policial, encabezar operativos de control de identidad, o, verificaciones de permanencia de oficiales en las comisarías (a pesar que, mientras eso sucede, a muy pocos metros de su presencia, las extorsionadores o crímenes contra empresarios o conductores de servicio público sigan enlutando hogares peruanos, dentro de un enésimo “estado de emergencia”; que, al igual que, los anteriores, vayan demostrando su total ineficiencia.
Podría, de ser cierta su voluntad, desligarse, en sus apariciones públicas (y, en actos de gestión) de personajes con denuncias o investigación en curso, incluyendo autoridades regionales o municipales; que, precisamente no son buenos referentes de honradez y eficiencia.
Y, sobre todo, arrepentirse de haber propiciado y apoyado con su voto parlamentario, propiciando una iniciativa legislativa, con carácter preferente, de derogatoria de las, llamadas Leyes Pro Delincuencia, que, él tanto conoce; porque de nada servirá, “soplarles en la nuca” (como decía huachafamente un anterior MININTER; o, tener identificados los números telefónicos desde donde se realizan las extorsiones (como lo señala un jefe policial traído desde un vecino país, como salvador del fracaso policial), si los delincuentes tendrán todas las facilidades para eludir las investigaciones policiales, fiscales o judiciales, usando las puertas legales que el propio Jeri favoreció desde el parlamento.
No solo serlo, sino parecerlo, señor Jeri.
Escribe: Marco Silva
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